La evolución de las calderas

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No hay nada más agradable que estar rodeado de tus familiares y amistades en tu salón durante un frío invierno, bien caliente gracias a una bonita y rústica chimenea. Por gracia o por desgracia, no todos los hogares poseen estas clásicas construcciones con apabullantes trozos de madera para quemar, puesto que la proliferación de pisos y la necesidad de reducir las emisiones a la atmósfera han reducido considerablemente el número de chimeneas. ¿Cuál fue la opción a escoger con todas estas trabas? Las calderas, por supuesto. 

Sabemos mucho de calderas: su funcionamiento, construcción, instalación, etc. Pero, ¿habéis pensado alguna vez en cual ha sido su historia y qué tipos ha habido a lo largo del tiempo? En este artículo os explicaré su constante recorrido de nuestra historia reciente para mostraros la primitiva necesidad del ser humano de mantenerse caliente y cómodo en su hogar. 

 

Las primeras calderas tienen su origen en la revolución industrial, aquella época en la que parecía que todo funcionaba con carbón. No serán pocas las imágenes que os habrán venido a la mente: alcantarillas de grandes ciudades emanando vapor y grandes locomotoras que dejan tras de sí una inmensa nube de humo, a esa época nos remontamos. 

A finales del siglo XIX, el ingeniero escocés James Watt, basándose en los trabajos de Denis Papin, construyó la primera máquina de vapor. El invento en sí permitía introducir 150 litros de agua en su interior y contaba con una válvula que permitía regular su presión, de hecho, nuestra olla a presión es su descendiente directo. Así pues, la caldera de vapor comenzó su vida en grandes metrópolis que aún funcionan a día de hoy. Como he dicho antes, la típica imagen de película de Hollywood donde se puede ver vapor salir de las alcantarillas, es algo que se sigue manteniendo hoy día en instalaciones antiguas para caldear edificios. 

El siguiente paso fue usar el carbón para este mismo trabajo, siendo el siglo XX el momento en el que se llevaba agua caliente hacia los radiadores de hierro fundido, agua que circulaba a altas temperaturas. Este tipo de instalaciones tenían un inconveniente para los hogares más cercanos al lugar de la caldera: el agua que circulaba por esos pisos, lo hacía a muchos más grados que en los pisos más elevados, donde llegaba a la suficiente temperatura para caldear las estancias de forma agradable. Por ende, podía a llegar a ser insoportable vivir en un piso inferior en estos edificios. 

Entre los años sesenta y setenta se expande el uso de la caldera de gas, lo cual supuso un cambio radical, no solo para las ciudades, sino también para la población de un entorno más rural. Las bombonas de butano se convirtieron en el MVP pese a que tuviera desventajas, como la baja efectividad energética en comparación a las que conocemos hoy día y las concentraciones de monóxido de carbono en los lugares donde estaba instalada. Para solucionar esas deficiencias, aparecieron las calderas estancas, donde la combustión estaba aislada y se mejoraba el rendimiento un 10% aproximadamente. 

De forma posterior y casi final, las calderas de condensación supusieron otra gran ayuda para despuntar a las calderas de gas. En este tipo de instalaciones se distribuía el calor a través de radiadores o mediante suelo radiante, siendo un proceso mucho más eficiente y ahorrador, pero más más costoso de instalar. Actualmente, por su 100% de eficiencia y menor impacto ecológico, se han convertido en el único tipo de caldera que puede construirse. 

Esto mencionado anteriormente podría describirse como el presente del contexto de las calderas, pero también es posible hacer un breve apunte sobre el futuro más cercano de las calderas. Se espera renovar el mercado de este sector en los próximos años, fomentando el uso de calderas de biomasa o bombas de calor geotérmico, entre otras modalidades.  

 

Hasta hace poco, parece ser que solo se priorizaba la creación de instrumentos de caldeado más potentes, pero recientemente, como hemos podido observar, ese pensamiento se ha visto eliminado y ahora, en un afán por conseguir mantener los hogares que tantos años de invención y esfuerzo han requerido, solo queda buscar las alternativas más sanas para nuestro mundo. 

 

José Francisco Bullón Molina 

 

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